EL ELEFANTE ENCADENADO
(Jorge Bucay "recuentos para Demián")
Cuando era pequeña me encantaban los circos
y lo que más me gustaba de ellos eran los animales. Siempre estaba pidiéndoles
a mi padre y a mi madre que me llevaran a uno.
Un verano vino un circo, ¡disfruté tanto
con los trapecistas, los payasos, los leones y sobre todo… con el elefante!. Fue
lo primero que vi, nada más comprar las entradas, reparé en el inmenso y
descomunal animal que estaba atado al lado de la carpa principal, cerca de las
taquillas.
Cuando salimos del circo, aún con las
emociones latentes después de tantos espectáculos, volví a ver al gran elefante
que de nuevo captó toda mi atención. Le miré con detenimiento y de repente noté
algo, en lo que antes no había reparado que me sorprendió muchísimo.
Ese gran animal, gigante, poderoso y fuerte
estaba sujeto, para evitar que se escapara tras la función, con tan sólo una
cadena que ataba una de sus enormes patas a una pequeña estaca clavada en el
suelo. La estaca era un minúsculo pedazo de madera enterrado sólo unos pocos
centímetros en la tierra.
Cuando el animal tenía que actuar le
desataban la cadena y le conducían hasta la carpa central. Una vez allí en su
espectáculo la enorme bestia hacía despliegue de su fuerza y tamaño. Pero
después de su actuación y hasta la hora de volver al escenario, el elefante
quedaba sujeto solamente por una cadena que fácilmente él podía romper con tan
sólo un movimiento.
El misterio era evidente para mí. Un animal
capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podía con facilidad
arrancar la estaca y huir. ¿Por qué entonces no escapaba? ¿Qué lo mantenía
entonces esclavizado? ¿Por qué ni siquiera intentaba soltarse?
Nunca encontré respuesta, pero seguí
preguntando hasta que un día el domador me contó:
“El elefante del circo no escapa porque ha
estado atado a una estaca desde que era muy pequeño. En algún momento el
elefantito quiso escapar, tiró y tiró, tratando de soltarse, pero a pesar de
todo su esfuerzo no pudo arrancar la estaca, era aún demasiado pequeño.
Esa estaca aunque pequeña, era ciertamente
muy fuerte para él porque era muy débil aún.
En varias ocasiones incluso, llegó a
quedarse dormido, agotado por intentar soltarse sin poder lograrlo.
Cada día probaba, hasta que un día,
horrible para su historia, el animal se dio cuenta de la imposibilidad de
soltarse y se resignó a su destino de quedar atrapado sin poder liberarse.”
Entonces entendí, ese elefante enorme y
poderoso que vemos en el circo no escapa porque cree que NO PUEDE.
Él lo tiene registrado en su memoria y
recuerda su impotencia de aquella incapacidad que sintió de pequeño cuando lo
intentó y no pudo, de aquellas noches de sudor y cansancio por querer escapar
sin poder lograrlo.
Y desde el día, ese espantoso día, que abandonó
el intento, jamás… jamás… intentó poner a prueba su fuerza otra vez y se
consideró incapaz.
Así es como somos todos en alguna medida,
en alguna cuestión. Como ese elefante de circo. Desde pequeños vamos por el
mundo esclavizados a nuestras propias limitaciones, siempre atados a la estaca
pequeña que nos quita la libertad.
Vivimos creyendo que un montón de cosas ”
no las podemos hacer” simplemente porque alguna vez antes probamos y no
pudimos, o no nos dejaron o nos dijeron que no íbamos a ser capaces. Y ese “no
vas a poder” se transformó en “no voy a poder”. Hicimos entonces lo del
elefante, grabamos en nuestro recuerdo EL NO PUEDO y después EL NO PUEDO se
transformó en NUNCA PODRÉ.
Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.
Jamás… jamás… intentó poner a prueba su fuerza otra vez…
Vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan
libertad… condicionados por el recuerdo de «no puedo»… Tu única manera
de saber, es intentar de nuevo poniendo en el intento todo tu corazón…
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